Ser zen en un mundo en zapping

Artículos Articulados

Juan Vera - Artículo articulado - Ser zen en un mundo en zapping - Arianna Martínez Fico

Coautores de este artículo: Juan Vera y Arianna Martínez Fico

Arianna y Juan se conocieron en octubre del 2005 cuando se dirigían ambos a un encuentro de egresados del programa de coaching ACP en Puyehue, en el sur de Chile. Les presentó Odilia Betancourt —también venezolana como Arianna—, quien había sido alumna de Juan. Participaron en varias actividades juntos durante los días que duró el encuentro. 

Al año siguiente, Odilia puso en contacto a Juan con la empresa de electricidad de Caracas CADAFE para trabajar en la gestión del cambio de una importante implementación de SAP. Aprovechando la cercanía, Arianna invitó a Juan a conversar con el gerente general de su empresa con sede en la isla de Margarita para generar un proceso de transformación de las habilidades, la cultura y la creación de una Universidad Corporativa. Durante varios años Juan fue el consultor estratégico de esa empresa en la que hicieron importantes cambios.

Cuando Arianna creó su propia consultora contrató a Juan para realizar un ciclo de programas de Coaching directivo y así siguieron teniendo muchas oportunidades de conversar más allá de los proyectos en los que estaban como proveedor y cliente. Hablaron del arte de escribir y de política, un ámbito importante para ambos.

Años más tarde se cambiaron las tornas. La situación política de Venezuela llevó a Arianna a salir de su país y llegó a Chile, donde Juan la incluyó como consultora en la empresa de la que era socio. Pronto Arianna creó sus propias redes y su vocación de viajera la ha ido llevando por el mundo. 

Desde el 2005 no han perdido el contacto y como la propia Arianna escribe: “En algunos momentos de la vida has sido para mi: coach, mentor y consultor de cabecera. En otros, aliado, cómplice y compañero de trabajo y, de manera transversal, siempre un amigo existencial, de alma. A lo largo del tiempo hemos tenido la oportunidad de cocrear mundos de posibilidades en distintos espacios y eso me encanta”. 

Por todo ello Juan la ha invitado a escribir un Artículo Articulado después de la publicación del primer libro de Arianna vinculando el zen y el agilismo, dos prácticas en la que es experta.

Juan Vera (J.V.):— Querida Arianna, celebro mucho la aparición de tu libro Agilidad zen. El título ya es una cierta provocación en la medida en que haces una declaración que invita a encontrar la confluencia de esas dos palabras. Y ello da pie a mi primera pregunta: ¿Cómo defines esa agilidad zen?, ¿la necesita el mundo?

Arianna Martínez Fico (A.M.F.):— Juan querido, gracias por invitarme a conversar y escribir a cuatro manos contigo. 

Respecto de tu pregunta, Agilidad zen es, ciertamente, una invitación provocadora a generar un encuentro entre “pares improbables”, entre dos miradas, aparentemente, contradictorias. En los últimos años, he tenido la oportunidad de acompañar a algunas organizaciones en sus procesos de transformación hacia la agilidad. Y si bien me ha cautivado esta filosofía, que viene originalmente del desarrollo del software, la agilidad sola no me alcanzaba. Los occidentales tendemos a ser un poco polares: o somos ágiles o somos zen. La invitación es a ser ágiles y también zen.

Agilidad es la capacidad de movernos a distintas velocidades y cambiar de dirección rápidamente y con destreza para responder a las demandas del entorno y aportar valor. Zen es, antes que nada, meditar. Una práctica espiritual que se refleja en una manera de ser en el mundo: presencia plena, aceptación de lo que es sin ilusiones ni expectativas, abrazar la no dualidad, mentalidad de aprendiz y estar al servicio de un mundo más humano y consciente. 

La mirada integradora de ambos dominios es a lo que llamo Agilidad zen y refiere a la capacidad que tiene un sistema —persona, empresa, comunidad— de estar absolutamente presente, entender y aceptar las características, inquietudes, necesidades, ambiciones, dolores y paradojas del mundo y de la situación en la que está, anticiparse y responder con conciencia, integridad, velocidad, fluidez y flexibilidad para gestionar la complejidad con un sentido o propósito noble que aporta valor al mundo.

Si tuviera que resumirlo diría que es la combinación de presencia plena, rapidez, destreza y aporte de valor. ¿La necesita el mundo? Creo que este mundo en el que nos está tocando vivir y dejar una huella demanda velocidad, anticipación y consciencia. Esa es la oferta de la Agilidad zen.

A principios de la década de 1990 ya empezaban a aparecer las señales de los entornos postguerra fría que se han popularizado los últimos años con diversos acrónimos como “VUCA” o “BANI” por sus siglas en inglés, que dan cuenta de un mundo volátil, incierto, complejo, ambiguo, frágil, acelerado y ansioso. En esa época estudiaba Ciencias Políticas y Mauricio Báez —uno de los mejores profesores que he tenido— decía que el negocio del futuro sería la venta de fe y nos animaba a estudiar astrología, tarot o a crear una nueva religión. Hoy entiendo que se refería a la profunda sensación de angustia y sinsentido que genera el vacío absoluto y la incertidumbre, donde no hay certezas ni recetas y el único apego es conectar con nuestra fuente de sabiduría.  

Vivimos en un mundo caracterizado por paradojas y contradicciones. Cambios acelerados, caos y complejidad, polarización, exclusión en un mundo global, diverso e interconectado, desconexión en la era de la ultra conexión, entre otras. Gestionar estas paradojas y contradicciones y contribuir a un mundo más humano, amoroso, consciente y sustentable pasa por superar la mentalidad fragmentada, individualista y muchas veces depredadora que nos ha llevado a creer que somos seres separados de la vida —otras personas, naturaleza, animales— y sentirnos aislados e insatisfechos. 

La humanidad llegó a un punto en el que se están descorriendo los velos. Ya no es posible sostener la ilusión de control, certidumbre o certeza. En realidad, nunca existieron tales certezas, pero queríamos creer que sí. 

Estoy convencida de que estamos viviendo el parto histórico de un nuevo mundo, un cambio de era donde nada de lo que sabíamos nos garantiza de antemano éxito en el futuro. El desenlace de este juego infinito que es la vida yo no lo sé y es altamente probable que no dependa ni de ti ni de mi. Lo único que depende de nosotros es cómo nos lo vivimos: desde el individualismo, la ansiedad, la desconexión, la desesperanza o desde la convicción de que somos la gota y el océano que la contiene. 

Agilidad Zen es para mí una manera que me permite jugármelo desde la aceptación, la serena ambición y la esperanza radical para dejarnos la piel en la cancha y dar lo mejor de nosotros aquí y ahora sin querer controlar el resultado, dejando que Dios sea Dios.

Juan Vera - Artículo articulado - Ser zen en un mundo en zapping - Arianna Martínez Fico

Y para ti, mi Juan querido, en este contexto tan contradictorio, ¿cuáles son tus motivos para la esperanza?

J.V.:— Interesante la propuesta, Arianna y tu pregunta crea un puente directo a mi posición en la vida, porque cuando tú dices que la Agilidad Zen es para ti una manera de responder al mundo que describes desde una consciencia protagonista, al menos esa sería la traducción a mis propias palabras, algo parecido es para mi la esperanza.

Motivos para la esperanza, como sabes, fue la respuesta que dimos con Elena Espinal tras una serie de reflexiones sobre lo que personas de nuestra generación consideramos que es la más pragmática y moral de las posiciones. Por eso, creamos un programa con ese nombre.

Yo sé que tú me preguntas por mis motivos, pero no puedo evitar volver a recordar que la esperanza, como la presentamos y vivimos, es una disposición a no quedarse esperando, una disposición a responder proactivamente, considerando que debemos seguir nuestras convicciones y actuar. De lo contrario, nos convertiríamos en seres pasivos movidos por el oleaje de un mar bravío de olas rápidas, permanentes y de múltiples direcciones y probablemente acabaríamos sintiéndonos víctimas irrelevantes llenas de amargura e impotencia.

Por eso, uno de mis motivos personales es la necesidad de sentido para poder ser el primer actor de mi propia vida. La necesidad de sentir que sigo teniendo propósitos en los que creo por muy difíciles que sea alcanzarlos. Es cierto que, a veces, siento miedo de que los años traigan una dosis de cansancio, pero hoy mi mente sigue eligiendo el propósito de vivir la Vida y no solamente seguir el instinto de supervivencia que traemos instalado como un propósito biológico.

Si quiero vivir la Vida tengo que creer en ella. Tengo que creer que sirve para algo, que puede contribuir a un mundo mejor para quienes constituyen mi entorno amoroso y también para el entorno de ese entorno. 

Por eso, en los últimos años he profundizado en las formas de crear comunidades que superen las diferencias y me he metido en conocer más hondamente el arte de dialogar, de crear espacios para el encuentro y para nuestro propio reencuentro.

Cuando miro a mi nieta Laura y veo que le brillan los ojos reconozco una estrella para que ella y su generación recuperen las ganas de vivir y que la aceptación del escenario que has descrito, con sus distintos acrónimos, no elimine la rebeldía de una generación que ciertamente se ha encontrado con un mundo hostil, pero no necesariamente ingobernable. Dándole a esta palabra el sentido de inconvivible. Tal vez por eso en el Círculo de Lectura y Pensamiento que dirijo empezaremos el próximo marzo a leer La generación ansiosa (2024) de Jonathan Haidt.

Y paso entonces a mi segunda pregunta en forma compuesta: ¿Cabe la rebeldía en la Agilidad Zen?, ¿sigue siendo Arianna Martínez una rebelde con causa?

A.M.F.:— Querido Juan, tus preguntas siempre son una invitación a ir más allá. Me encanta que traigas la rebeldía al espacio de la Agilidad Zen porque, en esencia, esta filosofía también es un acto de rebeldía. Rebelarse contra el piloto automático, contra el miedo que nos paraliza y contra la desconexión que nos fragmenta. Ser Zen en un mundo en zapping es ya un acto revolucionario, y combinarlo con la agilidad es, para mí, una manera de decirle al mundo que podemos movernos con flexibilidad y velocidad, pero no a ciegas. 

La idea de la “rebeldía con causa” es para mí una rebeldía con propósito, progresista y generativa, que contrasta con el término “rebelde sin causa” popularizado —en tu generación más que en la mía— entre otros factores, gracias a la famosa película con ese nombre y hace referencia a una rebeldía más transgresiva y sin un propósito claro. 

Y si, sigo siendo una rebelde con causa, porque creo profundamente en la posibilidad de un mundo más consciente, equitativo y humano. Eso es para mí vivir la Vida. La rebeldía en la Agilidad Zen va más allá de la provocación. Es una fuerza que impulsa la mentalidad de crecimiento, la creatividad y la innovación para encarar la complejidad con valentía y humildad. Es tener el coraje de cuestionar, pero también la fuerza y la paciencia amorosa para construir aquello que queremos legar a las futuras generaciones. 

La esperanza, como la describes, Juan, también es parte esencial de la Agilidad Zen. No es una esperanza pasiva o ingenua, sino una confianza activa en que podemos ser agentes de cambio, incluso en un mundo hostil. Mi esperanza radica en las pequeñas acciones conscientes que hacemos cada día, en las conversaciones que abren posibilidades y en la convicción de que el cambio comienza desde dentro. Aunque el mundo a veces nos parezca enredado e incomprensible, sigo creyendo en la capacidad humana de conectar, de crear y de transformar. 

Agilidad Zen invita a una transformación amorosa. “Motivos para la Esperanza”, el programa que realizas junto a Elena Espinal, es un llamado a vivir con propósito. Ambos son un terreno fértil para seguir explorando cómo responder al mundo con consciencia y rebeldía constructiva. 

En tu respuesta hablas de la importancia de crear comunidades y espacios de diálogo. Desde la Agilidad Zen, creo que estos espacios son clave para gestionar la complejidad y construir sentido. ¿Cómo imaginas que estos espacios de encuentro pueden ayudarnos a trascender las polarizaciones actuales y crear un mundo más humano? 

J.V.:— Permíteme, Arianna, que regrese a nuestro juego cinematográfico porque me has hecho sonreír. Rebelde sin causa (1955) es una película casi más de la generación de mis padres que de la mía. Un film de Nicholas Ray, aquel director con un parche en un ojo al que vi por primera vez en 55 días en Pekín (1963) que arrasó en las pantallas españolas. 

En mi adolescencia cinéfila fui a ver Rebelde sin causa por dos grandes motivos. Primero, porque actuaba Natalie Wood, una de las actrices a las que amé. Segundo, porque en las revistas especializadas que leía —por ejemplo, “Nuestro cine”—, se hablaba del concepto de la cámara subjetiva. Eso me llamó la atención y precisamente para argumentar mi respuesta a tu pregunta debo poner la mirada en esa cámara subjetiva que somos todos los seres humanos.

Desde luego, considero que la polarización es un mal de nuestro tiempo que no solo dificulta la gobernabilidad de las naciones y la vida social, sino que hace retroceder a nuestra humanidad en la medida en que atenta contra los lazos que nos llevan a ser humanos. ¿Qué somos sin relaciones?, ¿en qué nos convertimos cuando solo nos comunicamos con quienes vivimos en la misma burbuja?

Ya sabes que en el movimiento 3xi del que formo parte se han hecho dos encuestas nacionales sobre la polarización en Chile y uno de los descubrimientos más notables en el ámbito de la polarización política ha sido descubrir que, efectivamente, hay importantes brechas entre el pensamiento considerado de derechas y el considerado de izquierdas, pero cuando se cambia la pregunta y en vez de preguntar “¿Estás de acuerdo con…” estableciendo una escala determinada, preguntas “¿Cuánto crees que están de acuerdo con…” los que piensan distinto a ti —derechas si eres de izquierda, o izquierdas si eres de derecha— la brecha se hace más grande.

Dicho en simple: creemos que estamos más lejos de lo que estamos, por lo tanto, la polarización subjetiva es mayor que la polarización real, tanto, que la convertimos en una polarización afectiva. Eso significa que no nos conocemos suficientemente, que falta diálogo.

Tomando entonces tu pregunta en su literalidad, te diría que estoy convencido de que la única manera de acortar esas brechas es promoviendo espacios en los que sea posible crear proximidad. ¿Cómo lograr esa proximidad? No empezando a conversar desde lo que nos separa, promoviendo el diálogo sobre las personas que somos, regresando a los valores y a la estética.

Por eso, mi trabajo de estos últimos años se ha centrado en la habilidad de articular y las vías para crear comunidades. Mi punto de vista es cercano al que se deriva de la pregunta que el arzobispo de Santiago Fernando Chomalí, recientemente nombrado Cardenal de la iglesia católica, planteaba en una carta enviada ayer al diario El Mercurio: “¿Será posible pasar de una sociedad centrada en el desarrollo económico como motor del progreso, a una centrada en el desarrollo integral del hombre en su condición corporal y espiritual, y con una racionalidad científica, ética y estética a la vez?”.

Juan Vera - Artículo articulado - Ser zen en un mundo en zapping - Arianna Martínez Fico

Como ves, hoy mis referentes son muy variados. Mi última pregunta, querida amiga, es: ¿Cuáles crees tú que son las causas de ese zapping permanente en el que estamos o al que somos invitados?, ¿puede haber una intención de una humanidad sin humanidad o simplemente se nos ha ido de las manos?

A.M.F.:— Juan estaba segura de que te haría sonreír la mención a la película y lo de “tu generación más que la mía” fue una provocación traviesa, un destello de “rebeldía sin causa”. 

Tus preguntas me llevan a una reflexión profunda porque aborda la esencia de cómo nos relacionamos con el mundo y con nosotros mismos. Creo que este “zapping permanente”, esta constante distracción y cambio de enfoque, es síntoma de un fenómeno multifacético que no solo refleja la hiperconectividad tecnológica, sino también cómo nuestra biología, específicamente el sistema dopaminérgico, ha sido capturada y amplificada por el diseño cultural y social de nuestro tiempo. Respecto de las causas, veo una combinación de factores.

Empecemos por lo biológico. La dopamina, ese neurotransmisor fundamental en nuestro sistema de recompensa, juega un papel clave en el zapping. Cada vez que cambiamos de actividad, de canal o de ventana en el navegador, nuestro cerebro libera pequeñas dosis de dopamina, no por el disfrute real o el logro significativo, sino por la anticipación de que lo próximo será mejor. Este ciclo, basado en la expectativa constante, nos engancha a una búsqueda superficial de estímulos que nunca termina, no más logramos algo ya queremos más. El resultado es una mente hiperactiva, ansiosa y con menor capacidad de atención sostenida.

Desde el punto de vista social, el zapping se potencia por un entorno cultural y tecnológico diseñado para competir por nuestra atención. Las plataformas digitales, con sus algoritmos optimizados, explotan nuestra biología. Vivimos bombardeados por estímulos que nos invitan a saltar de un tema a otro, de una emoción a otra, de una idea a otra, sin detenernos a profundizar. Es como si estuviéramos atrapados en un bucle infinito donde el silencio y la pausa no tienen cabida.

La cultura de la inmediatez, propia de nuestro tiempo, nos ha hecho interiorizar la idea de que todo debe ser rápido: las respuestas, los resultados, incluso las conexiones humanas. Nos cuesta sostener la incertidumbre, el vacío, las relaciones o el esfuerzo prolongado. Esto nos lleva a buscar soluciones rápidas y superficiales, evitando la profundidad o la incomodidad de enfrentarnos a las preguntas esenciales de la vida.

Adicionalmente, creo que hay una desconexión de nuestra humanidad. Vivimos en un sistema que tiende a priorizar la productividad, la competencia y el consumo por encima del sentido, la comunidad y el propósito. Esto nos separa y aleja de nuestra capacidad innata de estar presentes, de conectar profundamente con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. 

¿Hay una intención detrás de esta deshumanización? No lo sé y elijo creer que no se trata de una conspiración consciente, aunque sí pienso que muchos de los sistemas en los que vivimos operan bajo lógicas que maximizan la eficiencia y el control, ignorando el impacto en nuestra humanidad. Es posible que estas dinámicas se nos hayan ido de las manos.

Para mí, la pregunta central no es si estamos condenados a este zapping, sino cómo podemos rebelarnos con consciencia y propósito. Creo que la Agilidad Zen es una respuesta a este desafío, una invitación a recuperar la presencia plena, a movernos con intención y a reconciliarnos con nuestra humanidad. Cuestionar el piloto automático que nos lleva de estímulo en estímulo y elegir prácticas que generen una dopamina más profunda y sostenible, basadas en el logro consciente, la conexión auténtica y el propósito. Espacios de reflexión, diálogos significativos, comunidades basadas en valores compartidos, momentos de silencio y contemplación. 

La transformación empieza por lo que elegimos alimentar en nosotros mismos y en nuestras interacciones. Es una forma de “rebeldía con causa” y decirle al mundo que podemos estar en este sistema sin ser esclavos de él, que podemos elegir vivir desde el sentido y no desde la distracción.

Así que, querido Juan, no creo que este zapping sea irreversible. Más bien, veo en él una invitación a despertar, a reconocer las paradojas y contradicciones en las que vivimos, y a trabajar conscientemente por un mundo más humano y conectado. Me despido entonces con una última pregunta para ti: ¿Qué mensaje crees que nuestra generación (la tuya y la mía) puede comunicarle a las futuras sobre cómo reconciliarnos con nuestra humanidad que a veces parece desdibujarse en un mundo en zapping?

J.V.:— Antes de contestar a tu pregunta, déjame decir que, aunque su significado es autoexplicativo, no había visto escrita ni escuchado la palabra “dopaminérgico”. Puede ser esa resistencia innata que tengo hacia lo médico. Gracias, en cualquier caso, por ampliar mi vocabulario.

Y voy entonces a lo que me suscitas cuando hablas de reconciliarnos con nuestra humanidad. Si miras la campaña publicitaria que ha puesto en marcha la compañía aérea Iberia en estas fechas navideñas, sacarás la conclusión, como yo, de que basta con que nos demos cuenta de que estamos eligiendo y que, casi siempre, cuando elegimos algo estamos descartando otro algo. 

En ese anuncio, cuando los pasajeros van a hacer su check in para volver a su país de origen en Navidad, en el counter les ofrecen un viaje en business con todos los gastos de estancia y manutención pagados a Japón, a otros a Nueva York, a otros a Los Ángeles. No es un regalo adicional, es una alternativa una cosa o la otra. 

El zapping tiene el gran inconveniente de hacernos creer que no estamos eligiendo entre dos formas de vivir. Por eso, entender lo que estamos haciendo puede requerir que mostremos lo que estamos perdiendo. Puede requerir que desde la escuela y los medios de comunicación e influencia social podamos darnos cuenta de lo que perdemos, antes de que sea tarde.

Elegir no es consumir. La forma de vivir en la que muchas de nuestras sociedades ha caído (Y uso el verbo “caer” conscientemente) nos lleva al consumo sin entrar en la consideración de las consecuencias de lo que estamos eligiendo. Las vías de solución van, por tanto y como tú misma planteas, por apelar a la consciencia, por incrementar el valor de la reflexión por encima de la inmediatez.

Muchos de los principales referentes intelectuales de nuestros países están haciendo una llamada a regresar al estudio de las humanidades, a retomar el pensamiento por sobre la rápida decisión. Y veo una razón para tener esperanza. La razón más pragmática, la de los resultados que nos hablan de datos preocupantes: el deterioro de la naturaleza y el planeta en su conjunto, el aumento de las enfermedades mentales, la desvalorización del diálogo, la caída en las mediciones sobre inteligencia y comprensión lectora y matemática. 

Yo, como conoces, preferiría razones más cercanas al corazón, la sensibilidad o el arte de vivir, pero en este caso creo que puede ser más consecuente seguir una variante de la lógica eficientista a la que te referías, porque la eficiencia se resquebraja ante la inefectividad.

Y solo me queda decirte que podría haber una cuarta pregunta y una quinta y que ha sido un placer mantener esta conversación contigo en un contexto que me ha sorprendido, por motivos que no develaré para que nuestros lectores se queden intrigados.

***

Arianna y Juan se levantan de la mesa de un café del barrio de Salamanca de Madrid, cerca de donde ella vive. Por el camino van recordando a aquel equipo con el que trabajaron en Venezuela en emocionantes talleres en los que se experimentaba la confianza. De aquel tiempo en el que las conexiones humanas tenían el ritmo de las olas de la isla Margarita.

Seguramente volverán a encontrarse en otros desafíos. Serán más zen y menos zapping, aunque ella siga hablando de generaciones distintas y él de lo transgeneracional y el infinito.

 

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