Cuando el dato mata al relato, la prisa mata al amor
Hace unos días terminé de escribir un Artículo articulado con Arianna Martínez Fico que titulamos “Ser zen en un mundo zapping” y como muchos de nosotros hemos experimentado, escribir no es una actividad superficial. Requiere de atención, concentración, de hilar el pensamiento para llegar a la ilación de un discurso o una historia. Lo escrito nos queda en la memoria y da vueltas buscando otras salidas e incluso haciéndonos preguntas. ¿Hasta qué punto yo, que pongo reparos al zapping, no paso de un tema a otro a lo largo de un día, o de una hora?, ¿hasta qué punto mi atención responde a lo que doy valor?
La escritura del artículo me produjo una sensación que aún perdura. Necesito —y creo que todos necesitamos— más pausa, mirar más por la ventana, ver el atardecer, acariciar los lomos de mis libros, detenerme, volver a escuchar lo escuchado, volver a leer lo leído.
Cuando llegó el zapping a nuestra vida tenía la forma de un aparato negro adaptado a nuestra mano, lo llamamos “mando a distancia”. Ya el nombre nos enviaba el mensaje del poder. Tú tienes el mando: determina, elige, impón tus preferencias. Llegó a nosotros para conferirnos un poder especial, sentados desde nuestro sillón-trono podíamos pasar de un canal a otro. Sus mensajes eran: “Ahora puedes elegir. No te sometas a una programación. Siéntete libre”. Parecía un aliado prodigioso, un canto a la libertad, pero en realidad se constituyó en un canto a la impaciencia. “No esperes, mira en otro canal”. Los relatos se mezclaban y poco a poco se fue haciendo difícil atender y esperar y poco a poco empezamos a ser dependientes del prodigio.
Sin darnos cuenta empezamos a rendir culto a la rapidez y a la multitarea, que además adjudicamos al cerebro femenino, otro poder emergente. Sin darnos cuenta, una tecnología inocente empezó a ser pionera de un mundo de cambios permanentes, de urgencias, del no-tiempo. Estaban dadas las condiciones para mirar afuera y no adentro, para estar más pendientes de lo que podíamos perdernos que de lo que estábamos viendo. Los momentos fueron apenas relámpagos nuevos. No supimos augurar la tormenta.
¿Es eso la vida? ¿Dónde quedó la profundidad, el tiempo de saborear, de sentir y reflexionar?, ¿cómo sumergirnos en lo que estamos viendo, escuchando o haciendo para llegar al fondo submarino de sus contenidos?, ¿sirve la pasada superficial para conocer la belleza del camino y su razón?
Cuando menos no es más
Algo similar está pasando en la política: menos discurso, menos relato, más promesas de datos sin decir cómo. ¿Podemos considerar que algo es concreto cuando no se dan sus fundamentos y sus riesgos?, ¿basta con que coincida con lo que la gente quiere escuchar, aunque no se haga cargo de los quiebres que pueden lesionar la convivencia?,
En la reciente campaña electoral de gobernadores regionales en Chile. En el debate de la Región Metropolitana, donde vive el 40,1% de la población de Chile, el candidato perdedor increpó al que resultó vencedor repitiendo cada poco la frase: “Dato mata relato”. Es decir, déjate de explicaciones, yo quiero datos. Pero los datos, al igual que el poder, necesitan de un para qué y de un cómo. Invocarlos sin ese requisito no pasa de ser una simple cuña.
No quiero, desde luego, quitarles importancia a los datos, pero los datos sin contexto nos dejan en un conocimiento superficial de los problemas. Si aceptamos que el dato mata al relato, estaremos permitiendo que una frase que puede parecernos inteligente deje fuera el valor de los propósitos, de los sueños y el proceso de sus historias. Cuando el dato mata al relato, también la eficiencia puede matar a la efectividad y las cifras sin significado pueden hacer que desaparezca la poética de los propósitos.
La política implica escuchar el contexto histórico y cultural. Requiere entender el alma de la gente y sus necesidades. No es solo acción. Es, ante todo, entendimiento y pausada reflexión para tomar las mejores decisiones. No serviría un rápido zapping de la ciudadanía y un cóctel de encuestas y redes sociales.
Si a eso estamos abocados, la velocidad y la prisa acabarán matando el amor de estar juntos para hacer prevalecer a aquellos que vayan más deprisa. Y así, el dato dirá que llegaron los primeros y el relato que la sociedad creada es más infeliz y que desde las gradas los ciudadanos estaban absortos en sus teléfonos celulares revisando los videos que algún desconocido con una intención desconocida subió a Tiktok.
Juan Vera
La articulación como forma de dar vida a lo nuevo