La articulación: arte, habilidad, base de un nuevo liderazgo (2)
El rol
He planteado anteriormente que la articulación es hoy un requerimiento esencial en nuestra sociedad. Estoy convencido de ello. Entonces, definir y reflexionar sobre el rol del articulador se presenta como algo fundamental. Debemos conocer cuáles son las funciones de aquella persona o personas que serán centrales a la hora de lograr lo que parece improbable que suceda.
El rol del articulador es entonces el centro de esta reflexión. Su contenido comprende tanto el papel que desempeña aquella persona que toma, precisamente la responsabilidad de articular a otros, como la conducta esperada por quienes forman parte de su entorno y tienen una expectativa de lo que quieren que éste haga en el desempeño de la posición asumida.
En la primera entrega de esta serie, al hablar del requerimiento de articulación que existe hoy en el mundo, decía que el gran aporte es juntar a aquellos actores que en su propio encuentro generarán el movimiento que buscan. ¿Cómo juntarlos? ¿Por qué deberían acudir al llamado? ¿Qué sería necesario garantizar? ¿Qué protagonismo requiere o debe asumir el articulador? Son algunas de las preguntas que quedan abiertas.
Adelantaba también que articular supone varias cosas:
Garantizar las condiciones para que el encuentro con los otros se produzca y para que surjan las personas sobre los roles.
Posibilitar la comprensión de las diferencias legítimas y las condiciones diversas que permiten interpretaciones distintas.
Posibilitar, fundamentalmente, que surja ese espacio de lo humano que, a pesar de todas nuestras posibles diferencias, compartimos.
¿Supone, entonces, que aparezca la persona del articulador por encima de su propio rol?
Sobre todo ello vamos a hablar en los próximos párrafos, pero despejaré desde el principio que el articulador que estamos considerando no es un mero contactador, porque deberá sostener el proceso del encuentro, una vez aceptada su convocatoria. No es un broker, en el sentido de intermediario, para que las conversaciones se produzcan; intermediar es un verbo insuficiente para lo que proponemos. No es un lobbista, entendido como un gestor de intereses, por más que —como también dijimos— el articulador tiene un propósito, como veremos a continuación.
Las funciones del articulador
El propósito de articular es lograr que quienes conversan encuentren, a la vez, tanto sus propios propósitos como aquel que representa en sí mismo la intención común de convivir. Desde esta aproximación al rol, el articulador debe llevar a cabo siete funciones esenciales:
1. Convocar
Partiendo del supuesto de que hemos identificado un requerimiento explícito o implícito de la sociedad, de comunidades concretas o de la vida, la primera tarea esencial es convocar a todas las partes implicadas que realmente tengan el poder de cambiar las cosas, aunque no tengan el antecedente de haberse sentado a conversar y aunque, como ya hemos dicho en otros escritos, sean pares improbables.
¿Requiere contar el articulador con la credibilidad suficiente ante quienes pueden llegar a ser opuestos? Sin duda es muy difícil, por eso esta función convocadora requiere un paso anterior: alinear con el propósito a los distintos referentes que sí podrían convocar o respaldar la convocatoria de quienes necesitamos que lleguen a encontrarse. Éste es un aspecto central.
2. Facilitar el encuentro
La segunda función es la de facilitar el encuentro y muy posiblemente implicará que el articulador sea plural, quiero decir, que haya un equipo de personas que constituyan esta semilla generativa. Pueden ser muchas las tareas, muchos los invitados, mucho el tiempo de estar en la metafórica mesa. La facilitación implicará:
Inspirar desde el primer momento, lograr que las personas se sientan tocadas por un aroma de posibilidad que les lleve al tiempo, al recuerdo, al momento en que todo era posible, en el que la vida era una ventana abierta y en el horizonte se vislumbraba una línea accesible.
Aprovechar esa inspiración para construir una épica, desarrollar el arte de un relato que mantenga lo que de otra manera puede ser fugaz.
Lograr, entonces, que aparezcan las personas, su historia, sus anhelos, sus frustraciones, todo lo que podemos reconocer como humano; que aparezcan sin odio, que los ojos reflejen el dolor sin resentimiento, la opacidad sin intención, el olvido sin pena y, por encima de todo, el destello de una esperanza.
Asegurar aquellas emociones que evoquen el sentido de pertenecer a la misma especie, de ser del mismo barro. Es suficiente con que los convocados puedan sentir que hay un desafío del que forman parte, aún desde sus diferencias. Sabemos que las emociones juegan un rol muy importante para bien o para mal y desde esa creencia es necesario desterrar la ira contra cualquier otro. Como dice Antoni Gutiérrez en su libro “Gestionar las emociones políticas”, la ira, como todas las pasiones, es eficaz para movilizar, pero no para razonar. El dulce sabor de la venganza ha sido letal en la historia.
3. Asegurar reglas y principios
Si es posible lograr todo lo anterior, otra tarea esencial del articulador será asegurar un conjunto de reglas y principios que configuren lo que denominaremos cultura del encuentro. Las culturas predeterminan lo que es posible.
Tenemos la idea de que las culturas son el resultado de tiempos largos y es cierto que suele ocurrir así. Pero, a la vez, no es menos cierto que todos hemos vivido el efecto de la inmersión en culturas y en espacios diseñados para convocar la grandeza que, como humanos, tenemos alojada en nuestro deseo de trascendencia, y que nos dejamos llevar por impulsos que también son nuestros, aunque estos hayan permanecido mucho tiempo dormidos. Es en esos instantes de despertar cuando nuestra presencia se reconfigura como si fuera el resultado de una acción performativa.
Estas reglas de las que hablamos deben transmitir la confianza de que:
El respeto a la diversidad estará presente en todas las instancias.
La dignidad de todos será un patrimonio colectivo del encuentro.
Se descartará la imposibilidad como una declaración que impide abrir aquello que consideramos inexistente o desconocido.
Se partirá del pensamiento que nace en la idea de la abundancia. La escasez es un punto de vista que nos lleva a la rivalidad, incluso más allá de la competencia.
4. Construir el nosotros
La cuarta función es construir el nosotros del que vamos a ser parte. Nosotros, los que estamos dispuestos a tener una conversación nunca tenida. Nosotros, los que vemos el mundo desde lugares distintos y, sin embargo, nos consideramos legítimos, hijas e hijos de una misma humanidad, portadores de genes cruzados, de sueños que coinciden a pesar de las condiciones distintas de nuestras vidas. Nosotros, que aspiramos a un mundo en paz, más justo, más humano, más sostenible, más inclusivo, lleno de más belleza y más cuidado. Nosotros que queremos convivir en honestidad y colaboración.
5. Encontrar acuerdos con premura
El rol del articulador incluye también la necesidad de que haya premura en lo que suceda, de buscar que la formalización excesiva no rigidice el encuentro. Debe haber acuerdos iniciales que permitan que después lleguen otros más profundos. Hablo de una premura que más que velocidad implique identificar pronto lo relevante y que permita que se construyan cimientos tempranamente, sabiendo que tras ellos se edificará la casa. Antes de que repartamos las habitaciones sobre el plano, es necesario tener cimientos comunes, aquellos acuerdos sobre los que podrán levantarse las paredes que den cobijo a nuevas ideas y propuestas.
Articular se hace más fácil cuando somos copropietarios de un propósito en el que ya se han vertido ideas comunes. Vivimos, además, en una época en la que la brevedad es considerada valiosa, en el que el tiempo se nos escurre y queremos que pronto se haga la luz. La obsolescencia permanente nos permite aceptar la validez de lo efímero, el disfrute de fugacidades que en su repetición constituyen una permanencia, la permanencia del propósito que continúa.
6. Defender los valores
La sexta función será la de favorecer una gobernanza que asegure y sostenga que son los valores y el espíritu los que se defenderán sobre los intereses particulares. Requerimos guardianes de valores y no representantes de cuotas de poder. Cuando hemos abierto el corazón y visualizado el espacio común y lo hemos declarado posible, es más fácil que la consistencia prevalezca sobre la parte más sombría de nuestro egoísmo y que de esa forma se garantice que el propósito y los proyectos acordados que implique se sostengan.
7. Comunicar el avance
La séptima tarea es la de divulgar que estamos avanzando, que los improbables son cada vez más probables, que se está construyendo desde el sentido de la vida, eso que —como decía Max Weber— la ciencia no explica.
Divulgar que las partes diversas sí están respondiendo a lo que él consideraba “la única pregunta importante para nosotros, qué debemos hacer y cómo debemos vivir”.
Divulgar que el encuentro quiere hacerse cargo de la ética de la responsabilidad con la Vida, con el Mundo, con esas abstracciones que determinan los índices de bienestar en el paso que cada ser humano hace por el espacio de la tierra que transita.
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Este articulador del que estamos hablando en esta serie de escritos está conectado con la importancia de crear un espacio inédito, porque lo que llamamos felicidad, en buena parte de sus expresiones, tiene que ver con la experiencia de lo único, de ese carácter inédito, de lo sorprendente y creativo. Tiene que ver con la vivencia de un tiempo que nos elige.
Sin duda el buen ejercicio del rol supondrá otras tareas y funciones. Éstas, a mi juicio, son las siete esenciales para completar el propósito que cada articulación tejerá en su mejor bastidor. Pronto hablaremos de ello, de tejidos y sueños, de telares y propósitos.