Doctor, tengo un profundo dolor en la democracia
Una de mis falencias a lo largo de mi vida es que no sé explicar lo que me duele cuando voy al médico. Soy impreciso. “Me duele en esta parte”, digo. Y si me hace preguntas específicas, la cosa empeora y continuo: “Por aquí, por esta zona… No sé… es un dolor medio… a veces alto. ¿Dice usted que puede ser la vesícula? No tengo idea donde está. No le puedo decir. Bilis no siento…”.
Sí sé que la democracia se comunica con mi corazón y que aunque mis coronarias pueden ser el problema, mi corazón es fuerte y su latido no tiene arritmias. O al menos no las ha tenido hasta ahora.
La democracia además me da esperanza y energía en las mañanas. Ya he aprendido que no está en el costado derecho, ni en el izquierdo. Se sitúa entre mis dos cejas, como el chakra Anja, y sabe cuándo la sabiduría es pisoteada, cuándo el alma se enferma, cuándo retrocedemos o nos estancamos, cuándo la humanidad se conecta con sus alas o, por el contrario, vuelve a su dimensión de reptil depredador.
Nada de eso puedo decirle al doctor. Ni citarle a William Faulkner para explicarle que encendamos una cerilla, aunque no nos sirva para orientarnos en la noche oscura, pero al menos tener conciencia de la importancia de que vuelva a amanecer.
La noche de este 28 de julio fue oscura. Escuché la alegría de los venezolanos cantando en las plazas al conocer las primeras encuestas de sus elecciones y más aún al tener las primeras actas. A pesar de todas mis dudas, encendí una cerilla y me uní a la esperanza. Grabé un reel al que titulé: “Venezuela y la luz”. Pocas horas después tuve que borrarlo y grabar otro con el título: “Venezuela, sombra y luz”.
No hay lugar para la indiferencia dentro de la democracia
Trabajé en la empresa que diseñó el sistema electoral venezolano en los primeros años dos mil. Yo no pertenecía al área de tecnología, sino que dirigía una empresa filial que se encargaba de la gestión del cambio y la transformación cultural en las implementaciones tecnológicas. Eso me llevó a Caracas cuando la empresa eléctrica pública Cadafe implementó su SAP. Y por esa coincidencia tuve la oportunidad de que me explicaran las excelencias de un sistema electoral que podía tener sus resultados al instante.
Creí que el gobierno del presidente Hugo Chávez podría lograr que ese país lleno de riquezas naturales, de bellísimos paisajes y de gente magnífica tuviera un mejor futuro. A los pocos meses las cerillas se me apagaron. Es una historia larga de contar. Será otro día. Nada duele más que cuando te decepciona aquello en lo que confías.
No explicaré lo que pasó esa noche del 28 de julio y sigue aun pasando cuando escribo estas líneas. El mundo lo sabe. Podíamos imaginarlo cuando no se dejó entrar a los observadores internacionales; cuando se obstaculizó a quienes ejercían la labor de supervisión de lo acontecido en los locales de votación; cuando pasaban las horas en silencio y los colectivos de encapuchados en sus motos empezaron a meter miedo por las calles. Aquellos colectivos que se crearon para defender la cultura y los derechos de la que llamaron revolución bolivariana.
Palabras y acciones en defensa de la democracia
No escribo solo en defensa del pueblo de Venezuela. Escribo en defensa de la democracia. De esa democracia que empieza a languidecer en nuestro mundo. Son muchos los motivos:
la propia incapacidad para dar respuesta a los nuevos problemas que la sociedad en su desarrollo ha ido generando
el desencanto y la desesperanza de las nuevas generaciones en el futuro
la incapacidad para el diálogo, el ansia de capturar el poder de quienes acceden a él, confundiendo a sus seguidores con el auténtico pueblo y a quienes discrepan con los enemigos.
Escribo estas palabras porque quienes creemos en la democracia no podemos ser indiferentes. La indiferencia es una manera cruel de relacionarnos con la vida. Ignorar excluye, ilegitima, abandona. Por eso las naciones que crean en la democracia tendrán que alzar su voz. No basta pensar que los dictadores que se siguen llamando demócratas no podrán dormir. No es suficiente con hacer declaraciones. Las declaraciones generan realidad cuando las convertimos en acción.
Ninguna de las alternativas que se han puesto sobre la mesa son seguras. Lo sabemos, pero lo que sí es seguro es que la indiferencia no lo logrará y una vez más los valores se habrán vulnerado, las esperanzas frustrado y la confianza en la política y la convivencia malherido. Por eso la conciencia de que vuelva a amanecer no puede perderse, por muy oscura que sea la noche en la que estamos.
No tengo fiebre, doctor. No es un reflujo. Me ha venido asi…como un mal sueño. Pero es un profundo dolor de democracia. Tal vez tenga que activarme el Sahasrara, el chakra del loto de los mil pétalos, aunque usted crea que es medicina alternativa. Será mejor que no tener ninguna, doctor, porque esto duele.