Ideología y pensamiento
“Pensar” y “sentir” son dos verbos profundamente humanos. No cabe duda, pero la constatación, que el futuro puede llegar a diluir, de que los humanos somos los únicos seres que pensamos nos ha hecho situar en el escalón más alto al pensamiento.
Somos seres pensantes e interpretativos que a la vez sentimos. La maravilla de interpretar cuando se junta con nuestra autorreferencia y nuestro ego, cuando nos lleva a pensar que lo que interpretamos es la realidad y nosotros los privilegiados detentadores de esa interpretación, genera el lado más oscuro de esa característica diferencial hasta convertir lo que hemos considerado habilidad en un sesgo anti-convivencial.
Por suerte, “ideología” y “pensamiento” son dos conceptos muy distintos. La ideología es una interpretación cerrada de cómo es el mundo y de cómo son los seres humanos, de hacia dónde debe ir ese mundo y cómo debe ser gobernado.
El pensamiento es el resultado de la continua observación de lo que nos rodea y el intento sincero de comprenderlo. El observar ya implica que miramos desde algún lugar. Y podemos admitir que ese lugar no es el único desde el que mirar y que el observador puede ser también distinto.
El pensamiento es libre cuando quien lo tiene no se considera poseedor de una verdad. Las ideologías permiten el pensar solo dentro de los límites de su interpretación. Cuando te sales de ellos eres un traidor.
Las ideologías no permiten la libertad, determinan reglas inflexibles o muy poco flexibles. Por eso es muy común que la identidad se establezca en base a aquello a lo que la ideología se opone en vez de en relación con aquello que está siendo. Esa es una de las causas de las polarizaciones que vivimos y de una gran parte del dolor que han vivido nuestras civilizaciones.
La última vez que hablé con mi padre fue unos meses antes de que muriese. Me senté junto a su cama para saber de su vida, del dolor que había sentido y de lo que más valoraba de sus 95 años de existencia. Le pregunté: ¿Qué mensaje quieres que le deje a tus nietos? Y ante mi sorpresa —porque él había vivido en un resentido espacio de dolor político— dijo: “que ninguna ideología merece que otro muera y menos que le entregues tu vida”.
¿Quieres decir, papá, que la vida vale mucho más? – le pregunté y entornó los ojos, seguramente diciéndoselo a sí mismo.
Entre la identidad desafiada y la dinámica de la vida
Establecer la identidad con respecto a aquello de lo que estás en contra es una manera de reducir la vida y el pensamiento. Significa dar por terminada y resuelta la escucha de lo que está pasando. Bloqueamos el pensamiento, le cortamos las alas para que no llegue a mirar desde otra perspectiva. Por eso, sólo queda identificar a los contrarios para que en el enfrentamiento nos constituyamos. ¿Es una traición salirnos de una caja que se mantiene cerrada?
Hace unos días en el chat de un Círculo de Lectura y Pensamiento, Guillermo Muñoz, uno de sus participantes, escribió que le había gustado algo que había leído y lo compartió: “Sin duda evolucionar constituye una infidelidad al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo. Cada día deberíamos cometer una pequeña traición a nuestras opiniones, tan firmemente establecidas. Se trataría de un acto optimista, esperanzador, que garantizaría la fe en el futuro, una afirmación de que las cosas pueden ser, no sólo diferentes, sino mejores.”
Sentí que me interpretaba y que efectivamente Guillermo traía el tema al que le estoy dando vueltas en estos tiempos de polarizaciones irreconciliables. Lo siguiente que escribió fue “capítulo 14 del libro Articuladores de lo (im)posible”. Me percaté en ese momento que esa frase era mía y sentí una mezcla de pudor reconciliatorio y de vergüenza autorreferencial. No la había identificado.
Pasado el sonrojo celebré que aún no haya cambiado de opinión sobre esto, porque está siendo común que crezca el sesgo opositor, porque ponemos más atención a quién dice algo que a lo que dice. Es decir, que sobre cualquier comentario arrojamos los juicios que ya traemos sobre quien lo hace y así es difícil salir de la burbuja. Solemos hablar de burbujas socioeconómicas, pero son más excluyentes las ideológicas.
Si queremos vivir en comunidad tenemos que recuperar la civilidad, esa virtud que junta el respeto, el cuidado de normas, la cortesía y la apertura a nuevas maneras que se manifiestan sin violencia. El filósofo y premio Nobel, Bertrand Russell, lo expresaba con gentil contundencia: “Sin moral cívica, las comunidades perecen”.
Las ideologías que expulsan a quienes piensan diferente carecen de esa moral cívica y prefieren asfixiar al pensamiento, para seguir llevando la razón, aunque sea inmoral e irracionalmente.